06 febrero 2016

Huauchinango, la ciudad que se apaga (casi) todos los días

Tuss Fernández

Son apenas las 10 de la mañana y por la calle de Moctezuma la neblina corre como si tuviera prisa. Salime, la propietaria del café Los Portales, ha decidido cambiar los tangos de la música ambiental por algo más alegre. Mientras los comensales se confortan del frío con un café bien caliente, el expendio de pan que está del otro lado de la calle parece disolverse en un blur. Ya todo está blanco allá afuera.

A mediados de los 80, mi papá y mi abuelo solían acomodarse en el balcón de la casa a contemplar las tormentas que caían lo mismo en enero que en octubre o en mayo. Entonces, Huauchinango, en la Sierra Norte de Puebla, vivía la mayor parte del año sumergido en una densa capa de niebla y un constante chipi chipi que nos obligaba a ir a la escuela en medio de un lodazal y con la ropa oliendo a humedad. Rara vez lograba colarse la luz del sol y el municipio que a principios del siglo XIX fue cuna de la industria hidroeléctrica en México y América Latina, pasaba las noches a la luz de las velas. El pueblo estaba, de algún modo, acostumbrado a vivir en la penumbra debido a las inclemencias del tiempo.

Cuando Felipe Calderón decretó la extinción de Luz y Fuerza del Centro (LYFC) la medianoche del 11 de Octubre de 2009, otro tipo de oscuridad se adueñó de aquella parte del estado. Más de 44 mil agremiados al Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) perdieron su empleo; alrededor de mil 500 trabajaban en la región. Juan Galindo, o Necaxa como se le conoce, dejó de ser un “pueblo de electricistas” para convertirse en un pueblo fantasma cuyas paredes se pintaron de rojo y negro (en señal de huelga) por casi 6 años hasta que, en octubre de 2015, el gobierno federal le devolvió las instalaciones de la hidroeléctrica al SME, ahora como Generadora Fénix, para la generación de energía.

“Aquí hay un ciudad que es Nuevo Necaxa donde casi el 80 o 90 por ciento eran trabajadores de la compañía (LYFC) y vaya usted ahorita a Nuevo Necaxa y es un pueblo muerto. Económicamente no hay dinero circulante”, dice Javier Jiménez, habitante de Huauchinango, mientras perfila con sus dedos las orillas de un tríptico con el logotipo del SME que está sobre la mesa.

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